Rooftop/GEM Report

Democracia desde la escuela: liderar con compromiso 

Par: Tamara Díaz Fouz, OEI

En un contexto de desafíos educativos crecientes, la imagen de un líder escolar actuando en solitario resulta poco realista. El nuevo informe del GEM y la OEI, Liderar para la democracia, parte de la premisa de que las escuelas y sus comunidades se fortalecen cuando el liderazgo se distribuye. 

¿Cómo está avanzando América Latina en la promoción de este enfoque desde sus políticas públicas? ¿Y cómo se puede fomentar un modelo de liderazgo que involucre a toda la comunidad educativa en torno a unas metas comunes? 

Estas preguntas están en la base del informe, recientemente presentado en Bogotá, que examina cómo se define y regula el liderazgo en las políticas nacionales, las funciones asignadas a los directores, los procesos de selección, formación y evaluación de líderes escolares, así como las estructuras de participación y los niveles de autonomía de los centros educativos. 

El informe identifica que, si bien el liderazgo distribuido no aparece en la mayoría de los marcos normativos de la región, muchas escuelas ya desarrollan dinámicas de corresponsabilidad que responden a sus principios. Para consolidar este enfoque, se requiere mayor autonomía, capacidades institucionales fortalecidas y formación colaborativa, todavía ausentes en muchos países. 

Además de identificar tensiones y desafíos, el informe ofrece recomendaciones para avanzar hacia un liderazgo más democrático, como incluir este enfoque en las políticas educativas, clarificar roles y reforzar la participación. También plantea la necesidad de construir una agenda de investigación que visibilice buenas prácticas. Desde esta perspectiva, surgen además tres aprendizajes clave

La construcción de conocimiento requiere colaboración 

La colaboración no solo es un principio del liderazgo distribuido, sino también una estrategia central para generar conocimiento relevante y transformador en el ámbito educativo. Frente a contextos marcados por la fragmentación institucional y la dispersión de esfuerzos, trabajar de forma conjunta permite integrar perspectivas, construir diagnósticos más precisos y legitimar propuestas de cambio. En educación, donde las decisiones deben equilibrar la evidencia técnica con la comprensión del contexto, este enfoque colaborativo se vuelve especialmente necesario. 

La elaboración del informe ha sido, en sí misma, un ejercicio de colaboración. Para su desarrollo se ha recurrido a múltiples fuentes de información: estudios de caso en seis países —Argentina, Brasil (Ceará y Santa Catarina, Mato Grosso do Sul y Piauí), Chile, Colombia, Costa Rica y Honduras—; perfiles nacionales (PEER) sobre normativas, condiciones laborales, procesos de selección y programas de formación de líderes escolares en toda América Latina, así como diversos papers temáticos y una encuesta realizada por la OEI, aplicada con apoyo de sus oficinas regionales a los ministerios de educación de dieciocho países. 

Esta diversidad de miradas ha permitido construir una panorámica amplia sobre el estado del liderazgo distribuido en la región, ofreciendo una base sólida sobre la que tomar decisiones e impulsar políticas educativas y estrategias de avance más ajustadas a la realidad. 

Producir conocimiento colectivo, validado por actores diversos, refuerza la legitimidad de las propuestas y amplifica su impacto. Avanzar hacia una educación de mayor calidad exige articular esfuerzos y asumir que cualquier proceso de mejora solo se logra si se construye de manera compartida. 

La democracia comienza en la escuela, y el liderazgo es clave 

El título del informe, Liderar para la democracia, no es casual. Parte de la convicción de que la democracia se construye desde la escuela, aunque la relación entre educación y democracia es más compleja de lo que a menudo se supone. Podría pensarse que una ciudadanía con mayor nivel educativo también es más democrática, pero la experiencia muestra que no siempre es así. 

América Latina ilustra bien esta tensión. Según encuestas regionales, el porcentaje de adultos que considera la democracia como la mejor forma de gobierno ha descendido en las últimas décadas. Esta tendencia resulta preocupante en una región que históricamente ha apostado por la educación como herramienta de desarrollo. 

La formación académica, por sí sola, no garantiza ni el compromiso cívico ni la confianza en las instituciones. En muchos países, de hecho, se observa un creciente desencanto político, incluso entre jóvenes con mayor nivel educativo. Al mismo tiempo, la fragilidad democrática impacta directamente en el sistema educativo. La desconfianza hacia las instituciones públicas, acentuada por la desinformación y la polarización, debilita la legitimidad de la escuela como espacio formativo. 

Esto exige prestar atención no solo a qué se enseña, sino también a cómo se gobiernan las escuelas. La participación y la toma de decisiones compartidas deben formar parte de la vida escolar. El modo en que se ejerce el liderazgo educativo es clave para construir instituciones democráticas, capaces de formar una ciudadanía crítica y comprometida. 

Históricamente, los sistemas educativos de la región han operado bajo lógicas centralizadas y verticales. El liderazgo distribuido propone un enfoque distinto. Promueve una cultura institucional basada en la confianza, el diálogo y la corresponsabilidad; enriquece el trabajo pedagógico al valorar los saberes docentes y fomentar el aprendizaje entre pares; y fortalece el vínculo con la comunidad al reconocer el conocimiento local y la diversidad de experiencias. 

Pero para que este liderazgo se consolide, hacen falta condiciones sistémicas que lo respalden: autonomía pedagógica y organizacional, tiempos y estructuras para la colaboración, mecanismos reales de participación y un compromiso claro con la formación de quienes asumen responsabilidades directivas. Repensar la gobernanza educativa desde un enfoque más horizontal no implica solo modificar la arquitectura institucional, sino sobre todo transformar profundamente las culturas escolares. 

Los datos deben servir para tomar decisiones 

El valor de un informe no está solo en sus hallazgos, sino en su capacidad para abrir conversaciones y orientar decisiones. Liderar para la democracia no es un documento que cierre una discusión, sino una invitación a pensar cómo hacer de la escuela un espacio donde la democracia no solo se enseña, sino se practica. 

Este ejercicio requiere un esfuerzo deliberado por contextualizar el enfoque de liderazgo distribuido en las agendas nacionales. Traducir estos principios a cada realidad implica revisar marcos normativos, adaptar políticas de formación y crear espacios de diálogo que conecten lo regional con las dinámicas locales. 

Los próximos pasos son tan importantes como el diagnóstico inicial. A lo largo del año, se organizarán encuentros nacionales para compartir experiencias, identificar desafíos y construir propuestas contextualizadas. Estos espacios serán centrales para avanzar hacia una comprensión más situada del liderazgo distribuido, en diálogo con las necesidades de cada sistema educativo. 

También permitirán amplificar las voces de docentes, estudiantes y comunidades, fortaleciendo una diversidad de perspectivas esenciales para consolidar la escuela como un espacio público, plural y orientado al bien común. 

En definitiva, una escuela que aprende a tomar decisiones de forma colectiva, es una escuela que educa para la vida democrática. Este informe contribuye a identificar las condiciones necesarias y ofrece claves para pasar a la acción. Su capacidad de transformación dependerá ahora de que cada comunidad educativa sea capaz de adaptar estas ideas y llevarlas a la práctica. La invitación está lanzada: construir juntos una educación más justa y más participativa. Y en este ejercicio democrático, todas las voces cuentan. 

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